La contaminación por nutrientes —en particular por nitrógeno y fósforo— representa una seria amenaza para nuestro suministro de agua potable. Estos nutrientes en exceso, introducidos con frecuencia por escorrentía agrícola, aguas residuales, fertilizantes para césped y descargas industriales, estimulan un rápido crecimiento de algas que sobrepasa la capacidad de los ecosistemas naturales. El resultado son floraciones de algas nocivas (HABs) que degradan la calidad del agua, fomentan brotes bacterianos y representan importantes riesgos para la salud de las personas, las mascotas y la vida silvestre. Proteger el agua potable de estas floraciones es una prioridad para empresas de agua en todo el mundo. Además de los problemas de salud, estas algas pueden obstruir tuberías de captación, dañar sistemas de filtración y generar problemas de sabor y olor que resultan costosos de corregir. Las economías locales también se ven afectadas: la recreación, el turismo y el valor de las propiedades disminuyen cuando lagos y embalses son invadidos por algas. En algunas regiones, el suministro de agua potable ha tenido que ser cerrado temporalmente debido a toxinas de algas. Cuanto más tiempo se deje sin resolver el problema, más costoso y complejo será revertirlo.

Los operadores de plantas de tratamiento de agua potable trabajan arduamente para garantizar que sus comunidades reciban agua segura y libre de algas. También deben enfrentar los efectos físicos de la obstrucción o daño en la infraestructura, como tuberías y filtros. Históricamente, se ha confiado en gran medida en la filtración, el uso de alguicidas y la instalación de sistemas de aireación en embalses para aumentar los niveles de oxígeno y ayudar a descomponer vegetación y nutrientes, reduciendo así la fuente de alimento de las algas. Si bien los químicos pueden eliminar algas de forma rápida y efectiva, también provocan efectos secundarios dañinos para el medio ambiente.